N° 19, "Arte y Antropología. Homenaje a José Antonio Pérez Gollán"

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    Los libros de un pintor: Juan Grela y la búsqueda de una expresión americana
    (Escuela de Bellas Artes, 2014-12) Fantoni, Guillermo
    Para quien hizo un esfuerzo denodado y solitario por conocer y ejercitarse en los dominios del arte, para quien tuvo breves –aunque potentes y definitorias– experiencias con maestros, para quien no viajó a los centros internacionales de la producción artística, como es el caso de Juan Grela, los libros constituyeron la fuente insustituible para el logro de competencias culturales y disciplinarias. 1 La lectura fue entonces, una herramienta de autoformación practicada con la concentración y la disciplina que se imponía un autodidacta, y como tal, Grela la practicó de un modo intenso, 2 subordinando incluso el mero deleite a esa férrea voluntad de formación. En tanto pintor-lector con vocación de estudio, otorgó una atención de rango equivalente a la escritura y a las imágenes impresas que acompañaban los libros, a las teorías y la historia del arte tanto como a las obras reproducidas, reflexionando sobre los dos registros y adquiriendo una imponderable cultura visual. En muchos casos, hizo de las páginas de los libros el soporte de breves afirmaciones o de convicciones enfatizadas con letras grandes y signos de admiración, también de dilemas y caminos por transitar; en otros, el estudio minucioso de las ilustraciones debió primar sobre el análisis del texto –sólo si nos atenemos a la ausencia de marcaciones– de modo que los indicios de esa mirada sólo los contiene su obra.
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    Las tallas wichís: imágenes de la alteridad
    (Escuela de Bellas Artes, 2014-12) Fantoni, Guillermo
    En Salta, en Buenos Aires o en Asunción, incluso en Aix-en-Provence, en Nueva York o en Londres, en una mesa, sobre una cómoda o en una repisa se luce una talla fabricada por los wichís del Gran Chaco. Son pequeñas esculturas figurativas en madera que representan animales (patos, corzuelas, pingüinos) o imágenes religiosas (Cristos, ángeles, cruces); son utensilios (fuentes, cucharas) y souvenirs muy diversos. Además de la relativa ubicuidad de estas tallas, es interesante apuntar el contraste llamativo que se da entre la apreciación elogiosa que los occidentales suelen tener de estas piezas, delicadas y expresivas y la mirada compasiva o displicente con la que estas mismas personas miran los “ranchos” de sus productores, los wichís. Hay que decirlo sin rodeos: hasta los criollos que colonizaron el territorio indígena, que no pierden ocasión para afirmar “no sirve, es trabajo de indio”, hasta ellos saben que las tallas wichís son hermosas, y sobre todo que son buen negocio, porque en otro lugar se venden a buen precio. A mejor precio cuanto más lejos del Chaco.
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    Máscaras y muertos entre los chané
    (Escuela de Bellas Artes, 2014-12) Fantoni, Guillermo
    Los chané pertenecían originariamente a la rama mojo-baure de la familia lingüística arawak, y luego de una lenta migración se establecieron en las laderas orientales de los Andes bolivianos, donde a partir de finales del siglo XV fueron conquistados y sometidos por bandas de migrantes tupí-guaraní que llegaban desde las lejanas costas atlánticas; según algunos en busca de la legendaria “Tierra sin mal”, y según otros persiguiendo el rastro fabuloso del oro incaico . Sea como fuere, de la unión y el mestizaje entre ambas sociedades nació en el Oeste del Gran Chaco el grupo que la literatura conocería como “chiriguano”. Si bien los chané contemporáneos hablan el guaraní y comparten en gran medida la cultura de sus conquistadores, han mantenido en determinadas zonas, como en la cuenca del río Itiyuro, la conciencia de su singularidad y su diferencia.
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    Cuando las piedras florecen
    (Escuela de Bellas Artes, 2014-12) Fantoni, Guillermo
    Este texto ha sido pensado desde la perspectiva de un arqueólogo en cuyo campo de interés profesional y personal el arte es importante. Nuestro enfoque trata, apasionadamente, “[…] de penetrar cosas secretas y ocultas a base de elementos poco apreciados o inadvertidos, de detritos o “desperdicios” de nuestra observación” (Freud 1972: V, 1883; Ginzburg 1989: 141). Thomas Huxley –en un ciclo de conferencias que impartió en 1880 para difundir los descubrimientos de Darwin– lo denominó el “método de Zadig” y apelaba a la historia, la arqueología, la geología, la astronomía física y la paleontología; con posterioridad, la historia del arte tuvo una responsabilidad crucial en su aplicación y desarrollo (Ginzburg 1989: 157). El paradigma indicial, como lo denomina Ginzburg, trata “… la manera en que ciertos mínimos indicios han sido asumidos una y otra vez como elementos reveladores de fenómenos más generales: la visión del mundo de una clase social, o de un escritor, o de una sociedad entera. […] La existencia de un nexo profundo, que explica los fenómenos superficiales, debe ser recalcada en el momento mismo en que se afirma que un conocimiento directo de ese nexo no resulta posible. Si la realidad es impenetrable, existen zonas privilegiadas –pruebas, indicios– que permiten descifrarla […] Pero el propio paradigma indicial usado para elaborar formas de control social cada vez más sutil y capilar puede convertirse en un instrumento para disipar las brumas de la ideología, que oscurecen cada vez más una estructura social compleja, […]” (Ginzburg op.cit.:162-3).