En Salta, en Buenos Aires o en Asunción, incluso en Aix-en-Provence, en Nueva York o en Londres, en una mesa, sobre una cómoda o en una repisa se luce una talla fabricada por los wichís del Gran Chaco. Son pequeñas esculturas figurativas en madera que
representan animales (patos, corzuelas, pingüinos) o imágenes religiosas (Cristos, ángeles, cruces); son utensilios (fuentes, cucharas) y souvenirs muy diversos. Además de la relativa ubicuidad
de estas tallas, es interesante apuntar el contraste llamativo que
se da entre la apreciación elogiosa que los occidentales suelen
tener de estas piezas, delicadas y expresivas y la mirada compasiva
o displicente con la que estas mismas personas miran los “ranchos” de sus
productores, los wichís. Hay que decirlo sin rodeos: hasta los criollos
que colonizaron el territorio indígena, que no pierden ocasión para afirmar
“no sirve, es trabajo de indio”, hasta ellos saben que las tallas wichís son
hermosas, y sobre todo que son buen negocio, porque en otro lugar se
venden a buen precio. A mejor precio cuanto más lejos del Chaco.