Para quien hizo un esfuerzo denodado y solitario por conocer y
ejercitarse en los dominios del arte, para quien tuvo breves –aunque potentes y definitorias– experiencias con maestros, para quien no viajó a los
centros internacionales de la producción artística, como es el caso de Juan
Grela, los libros constituyeron la fuente insustituible para el logro de competencias culturales y disciplinarias. 1 La lectura fue entonces, una herramienta
de autoformación practicada con la concentración y la disciplina que se
imponía un autodidacta, y como tal, Grela la practicó de un modo intenso, 2
subordinando incluso el mero deleite a esa férrea voluntad de formación. En
tanto pintor-lector con vocación de estudio, otorgó una atención de rango
equivalente a la escritura y a las imágenes impresas que acompañaban los
libros, a las teorías y la historia del arte tanto como a las obras reproducidas, reflexionando sobre los dos registros y adquiriendo una imponderable
cultura visual. En muchos casos, hizo de las páginas de los libros el soporte
de breves afirmaciones o de convicciones enfatizadas con letras grandes y
signos de admiración, también de dilemas y caminos por transitar; en otros,
el estudio minucioso de las ilustraciones debió primar sobre el análisis del
texto –sólo si nos atenemos a la ausencia de marcaciones– de modo que
los indicios de esa mirada sólo los contiene su obra.