Tradicionalmente la inflamación ha sido considerada como la respuesta inmediata del cuerpo al daño
tisular por microorganismos patógenos, agentes nocivos
o bien lesiones físicas. La forma aguda generalmente
controla el proceso en un corto plazo. En muchas situaciones, particularmente las infecciosas, este fenómeno
se encuadra en la conocida respuesta de fase aguda, la
cual no sólo abarca el componente inmuno-inflamatorio sino también metabólico, neuroendócrino y hasta
conductual.