En la modernidad el hombre se sitúa como sujeto del conocimiento y de la historia. Por lo tanto, el período medieval es una «edad de la espera». La filosofía medieval construida entre Aristóteles y Santo Tomás de Aquino «constituyeron el entramado intelectual y confesional de la Edad Media» según Pablo Feinmann. Este período es el de una ralentización histórica fuera de lo común dado que los hombres depositaron la tarea de hacer la historia en la divinidad: la historia se transforma en la espera por acceder al Reino de Dios. La historia se acelera por varias cuestiones. Por un lado el desarrollo de la acumulación originaria en Europa, pero también en América donde el imperio español extrae metales preciosos utilizando a los pueblos originarios como mano de obra esclava. Por otro el surgimiento de una clase (burguesía) protagonista de estos cambios económicos y ejecutora de la acumulación originaria. En el plano intelectual la historia se acelera por la configuración de un nuevo sistema de pensamiento cuyos autores son Descartes, Galileo, Newton, Copérnico, Kepler entre otros. En el caso de Descartes, propone una forma de pensar e investigar desligada de la tradición aristotélica-cristiana. Descartes concibe la idea de libertad con una potencia que no puede desarrollar del todo. El dogma cristiano detiene esa potencia en un punto: al igual que el filósofo platónico, muerto en vida y en cuerpo, puede contemplar las formas; el sabio cartesiano puede contemplar las esencias eternas sin accionar sobre ellas. Sin embargo; Sartre nos indica que para Descartes la vida del hombre es entendida y configurada como una empresa de realización de la ciencia desde el propio hombre: la mera contemplación después de un camino de investigación no cuajaba con esta idea de empresa.