El adicto es alguien que no dispone de recursos simbólicos para hacer frente a un estado masivo e invasivo de dolor y de angustia, referido a fallas en la operación constitutiva de la metáfora paterna. Esto se ve en la imposibilidad de entendérselas tanto con estímulos pulsionales, como con situaciones externas, ya sean familiares, sociales, etc. que desbordan sus precarios medios simbólicos. La droga funciona en este lugar como un recurso para defenderse del dolor.
La droga parece llenar un vacío, taponar un agujero. Cuando no está, a veces la angustia adquiere dimensiones intolerables para el sujeto. Es por eso, que, en el transcurso de un tratamiento analítico, se deja que la abstinencia sea asunto del paciente. Solo se exige que el paciente se organice para hablar de sí mismo y que asista con regularidad a las sesiones.
El tóxico puede funcionar como calmante del dolor que provoca la falta de deseo. Es habitual escuchar en la clínica, adolescentes o adultos que se quejan del aburrimiento, el tedio, la falta de proyectos, la falta de deseo. Es un terreno propicio para que un sujeto haga uso de drogas, como remedio para el malestar provocado por la falta de deseo.