En 1963, los artistas agrupados en la Mesa de grabadores aludían
a la contemporánea transformación del “contenido popular” del grabado
“para entroncarse decididamente en las corrientes estéticas que inquietan
a las nuevas generaciones; deja de ser documental para dar cauce a la
imagen personal del artista; no deja de ser punzante, irónico y combativo
como en otras épocas, sino que simplemente enriquece su forma, usa un
lenguaje contemporáneo e incorpora además a su quehacer una nueva
militancia: la estética”. 2 En esos mismos tiempos, Alberto Nicasio sostenía
que “el grabado contemporáneo se divide en dos grupos antagónicos:
los figurativos que siguen la línea tradicional y popular, y los abstractos a
quienes solo preocupan los puros valores estéticos”. 3 Estas lecturas eran
sostenidas en un momento de clara renovación del grabado, cuando se
incorporaban nuevos soportes, procedimientos y materiales4 a la vez que
eran exploradas nuevas posibilidades en términos de lenguaje visual como,
por ejemplo, la realización de imágenes abstractas