Hace unos años, en un encuentro de la sociedad Word &
Image, mostré algunos paisajes de Martín Malharro a propósito
de una reflexión sobre el peso del ejemplo de François Millet en
las ideas y polémicas sobre el arte moderno que circularon en
los años finales del siglo XIX en Buenos Aires. Señalé entonces,
naturalmente, que Malharro es considerado el primer pintor
impresionista del arte argentino. En ese momento Dario Gamboni,
especialista en el arte europeo de los últimos años del siglo y
en particular gran conocedor de la pintura simbolista, llamó mi
atención sobre el estilo de las obras que había mostrado: le parecía
curiosa esa caracterización de Malharro como impresionista pues
–al menos las pocas obras que había podido ver– le resultaban
notablemente cercanas a las búsquedas expresivas de los artistas
que en ese fin de siglo se enrolaban en la maraña de grupos
simbolistas, idealistas, decadentes o ioncoherentes que, aun cuando
utilizaron el divisionismo y una paleta luminosa como un insumo
común, ensayaban aproximaciones a la naturaleza de carácter
vitalista, cargadas de expresividad en el dibujo y en el manejo de
los colores.