Reconocimiento de los costos ambientales ocultos: valoración económica de las externalidades

Una de las causas más significativas, y por las cuales existe hoy en día un desmesurado menoscabo ambiental —sostiene Guzmán Jiménez (2016)— es la falta de valoración económica de los bienes y servicios que proporciona la biósfera al ser humano y a la sociedad, ya que al no existir un mercado capaz de proporcionar un precio a dichas funciones, se ignora la trascendencia y el impacto negativo que cada día genera, pues considera que el bienestar que recibe no solo es gratuito sino además infinito, motivo por el cual la valoración de los costos ambientales debe reflejar medidas acordes con un equilibrio entre la economía y los recursos naturales. Las externalidades ocurren cuando la producción o el consumo de bienes y servicios imponen costos o beneficios a otros que no forman parte de la transacción. Son efectos colaterales (positivos o negativos) de la actividad económica que no se reflejan en los precios de mercado. Las externalidades negativas o costos ambientales —algunos ocultos— son los perjuicios o daños que una actividad económica (producción o consumo) impone a terceros y al medio ambiente, sin que dichos costos sean asumidos por el agente que los genera ni se reflejen en el precio final del bien o servicio. Al quedar ocultos o ser externalizados, estos costos son transferidos a la sociedad, al gobierno o a las generaciones futuras. La meta de la valoración económica ambiental es hacer que estos costos sean internos al proceso de decisión del contaminador, logrando que el precio final los incluya. A pesar de las limitaciones que se invocan, la valoración es crucial para informar políticas como el principio contaminador-pagador, establecer impuestos ambientales y realizar un análisis costo-beneficio de proyectos y regulaciones ambientales.