Prácticamente nadie discute que la forma de enterarse más acertadamente de un
acontecimiento, de una información o de un determinado conocimiento es a través de la
versión de un observador o testigo pretendidamente objetivo que semiotiza su experiencia,
la reconstruye, por medio de las palabras de su lengua.
No obstante, ésta reconoce un compromiso más firme con su eventual usuario que
con la realidad a la que refiere. Benveniste ya había sentenciado que “Nunca llegamos al
hombre separado del lenguaje ni jamás lo vemos inventarlo” (1999:180). La estrecha e
inevitable vinculación entre hombre y lenguaje es ya un presupuesto para cualquier tipo de
teoría –no sólo lingüística sino también biológica, antropológica, filosófica, psicológica,
etc.- que no admite ningún tipo de controversias pero habilita un variado campo para las
reflexiones y conjeturas.