2019-07-062019-07-062014-091853-9580http://hdl.handle.net/2133/15477Voy a dejar de lado, por convencionales, o porque no tengo el talento narrativo suficiente para convertir en interesante lo convencional, los episodios literarios de la primera infancia: los libros de María Elena Walsh, los cuentos de Polidoro, la un poco inverosímil anécdota contada por mi mamá, que dice que nos leía a mi hermana y a mi “La fundación mitológica de Buenos Aires” antes de mandarnos a dormir, los recordados cuentos de mi papá, creo que —o espero que—inventados por él. Uno, de un carancho que caía en picada desde lo alto del cielo repitiendo “apártate piedra que te parto/ apártate pìedra que te parto”. Mi primera carta, escrita a los cinco años y dirigida a mi todavía hoy amigo el Chacra, que vivía entonces en Metz, Francia, conservada por mi mamá en una fotocopia en negativo. Mi primer relato, al año siguiente, cuyo protagonista era un pato y su antagonista un tiburón (el tiburón se comía al pato).application/pdf393-404spaopenAccessColaboracionesPoesíaMartín PrietoTodo lo que soyarticleAutorhttps://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/