No es distopía, es capitalismo

A Luis Espinoza, Alex Campo y George Floyd, In memoriam

En 1920 Paul Klee pinta en Munich su obra Angelus Novus, un dibujo que mezcla la técnica de la tinta china, con el óleo y la acuarela. Al año siguiente Walter Benjamin lo adquiere en Munich y le deja la pintura al cuidado de su amigo Gershom Scholem, con el pedido expreso que se la enviara una vez que lograra instalarse en Berlín. La historia del cuadro la narra el propio Scholem. Éste se la envía por correo a fines de noviembre de 1921, pero con el ascenso de Hitler al poder Benjamin se ve obligado a abandonar Berlín y llevarse la pintura a París. Los nazis entrando a la capital francesa y, una vez más, debe escapar. Lo curioso es que antes de hacerlo Benjamin prepara dos valijas donde guarda trabajos, apuntes, anotaciones entre otras cosas, dejando las mismas al cuidado de Georges Bataille que las esconde en la Biblioteca Nacional. Benjamin se había tomado el trabajo de desmontar la pintura del marco y guardarla en una de esas valijas. Como sabemos, Benjamin muere en 1940 en la ciudad española de Portbou huyendo del nazismo. Aquellas dos valijas serán entregadas a Adorno en EEUU y, más tarde, la pintura llegará a Frankfurt.

Es también Scholem quien realiza una minuciosa reconstrucción de los sentidos que la pintura le generó a Benjamin y las diferentes interpretaciones que ella le sugiere, hasta su última versión sedimentada en la tesis IX de Sobre el concepto de Historia. En esta,  el ángel de la historia se estremece al dar vuelta atrás y observar que el pasado no es otra cosa que un cúmulo de catástrofes y ruinas sobre ruinas, pero también al observar que nosotros no alcanzamos a ver esas ruinas sino acontecimientos, no reconocemos la catástrofe sólo la asumimos como rutinaria y natural. Es desde este pasado, desde estas ruinas que sopla una tempestad que arrastra al Ángel hacia el futuro, una tempestad que nos lleva puestos a todos hacia delante, “este huracán es lo que nosotros llamamos progreso” dirá finalmente Benjamin.

Éste nos alerta sobre la seducción que acompaña la idea de progreso, no sólo por lo que vendrá, por las ruinas futuras, sino por los escombros de nuestro presente. Las distopías siempre han estado a la orden del día y desde hace bastante tiempo. Aldous Huxley las imaginó en “Un mundo felíz”, George Orwel en su “1984”, Ray Bradbury en su “Farenheit 451”. El tango “Cambalache” alumbra un mundo que será igual de porquería al que fué. La plataforma global Netflix abunda en propuestas distópicas con “Los 100”, “Rain”, y, desde luego, la que sería tal vez la mejor expresión de todo ello, “Black mirror”. El cine se ha nutrido de estas imágenes desesperanzadoras con “Matrix”, “V de Venganza”, “Blade runner” y, desde luego, “Terminator” entre tantísimas otras. Sin duda, cada una de ellas se basó en el mundo presente para imaginar ese otro mundo futuro distópico y parece haber todo un aparato gigantesco de producción cultural que instala la idea de un mundo apocalíptico futuro más o menos distante.

Las distopías resultan más fáciles de imaginar, basta con sumarle una dosis de mayor miseria y angustia a nuestro presente. Si bien, como ha dicho Norberto Bobbio, desafortunadamente las distopías tienden a concretarse con mayor éxito que las utopías, aquellas se encuentran más asociadas a rupturas apocalípticas que pueden resultar más o menos atemorizantes, pero que no son asumidas a corto plazo y mucho menos a la idea de progreso en nuestro presente. Así, el espíritu benjaminiano parece querer advertirnos que lo verdaderamente estremecedor es reconocer en ese futuro distante y apocalíptico, no un lejano, aunque tal vez, probable destino, sino nuestro propio presente.

En nuestras actuales condiciones abundan los imaginarios distópicos, pero ¿a qué estrategia de poder tributan? Porque da la impresión que las distopías producen el efecto de aplazar el malestar, el inconformismo y, como correlato, la acción política que confronte a ese modelo. Pero, en clave benjaminiana, el mundo que se alumbra a la “salida” de todo esto no va a ser el mismo, pero tampoco será completamente diferente y los escombros no nos sepultarán en un futuro, sino ahora mismo, pero como no se reconocen como tales son aceptables. La pandemia, el encierro y el aislamiento social ha obligado a modificar o, más bien, a profundizar las maneras como construimos y recreamos nuestras relaciones sociales, sean ellas en el ámbito laboral, en lo afectivo, lo recreativo, lo comercial y el consumo, entre otras. Se espera que la situación se “normalice” para retomar las rutinas que supimos tener antes de que todo esto comience. Aquí está el primer elemento que se pone en juego en esta suerte de dispositivo de normalización, la vuelta a la normalidad, el regreso al mundo que dejamos cuando nos encerramos en nuestras casas. Desde luego que sobre esto también se encuentran quienes lo asumen sin problematización alguna y quienes manifiestan que esa “normalidad” fue, precisamente, la que nos condujo a esta situación y, por lo tanto, no debemos aspirar volver a ella. Sea cual fuere el caso, el operativo retorno está planteado. En algún momento se espera retomar las viejas y conocidas prácticas.

Sin embargo, no parece sencillo imaginar ese regreso a nuestra confortable y conocida cotidianeidad, pero ello no implica el apocalipsis, no supone una sociedad destruida y desmembrada, arrasada por la escasez, el hambre y el egoísmo generalizado. En primer lugar, porque esos elementos ya se encuentran presentes: hambre hay y mucho, egoísmo generalizado lo reconocemos en todo momento y lugar, estos escombros no forman parte del futuro, sino de nuestro presente. Pero, en segundo lugar, las modificaciones que esta situación alumbra se activan sobre las líneas o las tendencias que ya vienen anunciándose desde hace varios años en nuestras sociedades: me refiero al capitalismo de plataforma, el teletrabajo, la oferta de estudios virtuales, consumos varios desde el hogar, la proliferación de propuestas de ocio que tenemos en nuestros dispositivos celulares. Más de la mitad de la población mundial se conecta a Internet y de esos, en su gran mayoría lo hace a través de dispositivos móviles.

Basta navegar un poco por la red para encontrar información acerca del sostenido aumento en las ventas de artículos de consumo, bienes de primera necesidad, adquisición de título de competencia varias, multiplicación de las plataformas para el ocio y la recreación, etc. Cualquiera podría decir que se debe a la pandemia y la cuarentena, sin embargo, se trata de un incremento que se viene dando desde hace bastante tiempo atrás, no tiene que ver con ella, aunque la misma ofrece las mejores condiciones para su profundización.

Desde luego que no todo se podrá estructurar de esa manera, esta pandemia también evidenció, una vez más, la centralidad del trabajo como creador de valor en un orden social cuyas relaciones sociales de producción conciben la riqueza como valor, acumulación constante de capital, no como valores de uso satisfactor de necesidades. Los escenarios futuros tecnologizados sin mano de obra haciendo mover el mundo, en el marco de las presentes relaciones sociales de producción no son más que fantasía. Pero aquellos espacios y actividades que son factibles de ser transformados avanzarán hacia ese lugar y en aquellos otros donde ya existe, ese proceso se agudizará. Pensemos en que no será fácil retomar rutinas sociales que impliquen aglutinamiento o eventos masivos, teatros, cines, restaurantes, recitales, eventos deportivos, etc.

Las condiciones parecen estar dadas para avanzar en esa dirección. Hace unas semanas Naomi Klein publicó un interesante artículo sobre este tema. En el mismo Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google y de Alphabet Inc., expresaba: “Las primeras prioridades de lo que estamos tratando de hacer se centran en telesalud, aprendizaje remoto y banda ancha… Necesitamos buscar soluciones que se puedan presentar ahora y acelerar la utilización de la tecnología para mejorar las cosas” y Melinda Gates, esposa de Bill Gates, titular de la Fundación Gates y parte del directorio del The Washington Post, decía en referencia al sistema educativo y las ofertas del mismo: “Todos estos edificios, todas estas aulas físicas, ¿para qué, con toda la tecnología que se tiene?”.

Considerando estas declaraciones, debemos inscribir y comprender la cuarentena, esa medida que puede parecer más de corte sanitario, en el marco de la avanza tecnológica y de las formas crecientes de producción y consumo virtual, ya que en conjunto parecen constituirse en el mejor escenario hacia un mundo cada vez más desconectado biológicamente, pero interconectado virtualmente. Como señalara Anuja Sonalker, CEO de Steer Tech, “Los humanos son biopeligrosos, las máquinas no lo son”. Lo peor que podemos hacer es asumir las tecnologías como si fueran inocuas, meras herramientas facilitadoras de las más variadas modalidades de interacción social. Por el contrario, si el aislamiento social se hace largo no será porque así lo determina tal o cual gobierno, sino porque se encarnaría como un nuevo estilo de vida. El gran éxito del capitalismo neoliberal es gobernarnos, no contra nuestra voluntad y libertad, sino gracias a ella y a través de ella, convenciéndonos que la situación en la que nos encontramos es resultado de nuestras propias elecciones y decisiones.

Por ello, más que distopía, frente a nosotros se encuentra el desarrollo mismo del capitalismo. En unas notas preparatorias para su trabajo Sobre el concepto de Historia, Walter Benjamin escribió: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia”. El capitalismo es esa locomotora descontrolada que, sin obstáculos ni freno, se lleva puesto todo, incluso la humanidad misma. Por ello, las revoluciones no deben empujar hacia delante, no debe ser concebidas como una locomotora que acelera el tiempo hacia ese progreso ofrecido pero que tarda en llegarle a todos y todas. La revolución no es aceleración, sino interrupción, es el freno de mano de esta loca y descontrolada carrera hacia la destrucción total de todo.  

*UNR-CONICET

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