Apuntes sobre el Paro Internacional de Mujeres // Luciana Bertolaccini

El ocho de marzo me encontró en Buenos Aires; un curso fue la excusa y aunque no lo premedité compartí el Paro Internacional de Mujeres desde la Capital del país. Hasta hoy no había podido encontrar un momento para pensar; la vorágine de esta ciudad me envolvió y casi desposeyó de las temporalidades a las que me tengo acostumbrada. Lo hago desde un bar, porque los dedos se inquietan, porque apremia, porque el Paro Internacional de Mujeres se inscribe en un momento histórico particular del feminismo pero también formó parte, en Argentina, de una semana cargada de conflictividad social en las calles. Manifestaciones populares desbordantes de todo intento que se proponga negarlas. Los elementos para la lectura de la realidad política, social y económica del país están más que a la vista. Ignorarlos se convierte en algo más trabajoso que asumirlos. Asumirlos, entonces, se nos vuelve una necesidad implacable.
El lunes, mientras los docentes llevaban adelante un paro nacional y se manifestaban en Buenos Aires en una marcha multitudinaria, el presidente se encontraba inaugurando el ciclo lectivo en Jujuy al lado del gobernador Morales; una Provincia usada por el gobierno como una sala de ensayo para la persecución política de mujeres, indígenas y organizaciones sociales; que tiene un caso de prisión política repudiado a nivel mundial y cuyas irregularidades han sido marcadas hasta por organismos internacionales de derechos humanos. No es casual, entonces, que Milagro Sala sea mujer, negra, indígena y militante. El gobierno buscó desviar la mirada mediática de la marcha mientras señalaba que quienes pararon eran unos oportunistas. El cinismo parece sobrarle y no encontrar límites cuando en el inicio de sesiones ordinarias del Congreso advirtió sobre la necesidad de cuidar a los docentes. Señal política contundente.
La herramienta del paro, que parecía estar monopolizada hasta hace poco tiempo por las centrales sindicales, no asomó de manera concreta en los discursos del martes de los dirigentes de la CGT. Lxs trabajadorxs masivamente confluyeron, marcharon, gritaron y exigieron un paro general, pero, desoyendo flagrantemente el pedido de las bases, los dirigentes no pudieron siquiera unificar el mes en el que posiblemente se haría. Tampoco se animaron a bajar del escenario para escuchar, se escabulleron como pudieron. El mismo juego de todo el año 2016. Hasta ahora lo único concreto es que lo que van a hacer es decidir cuándo decidir lo que quieran decidir. Un espiral infinito. Otra señal política contundente.
El movimiento feminista parece leer ambas señales y la síntesis de esa lectura se manifestó el miércoles. Una nueva narrativa que comienza a ponerse en juego. Desde las mujeres para el mundo. El miércoles a las 11.45hs mientras el profesor seguía hablando, ya no escuchaba más, no pensaba ni participaba más en la clase. Algo de mi seguía en el aula pero el resto, había guardado el anotador y el termo en la mochila, había apartado la mesa, que oficia de apoyador, hacia un costado de la silla, se había parado y girado para despedir a lxs compañerxs y profesor. Había alcanzado la puerta cuando un “mañana seguimos” me volvió a reunir en una sola parte, todavía sentada, mirando probablemente a un punto fijo. Seguramente hacía rato no pestañeaba.
Casi doce en punto. El cese de actividades comenzaba. Y ahora sí, nos dirigíamos a Viamonte y Florida, un gritazo había sido convocado desde el mismo espacio en el que estaba tomando el curso. No tardamos más de diez minutos en congregarnxs todxs. El ruidazo empezaba. Botellas rellenas con semillas, bandejas, ollas, cubiertos y hasta un container de dispenser de agua. Cualquier elemento fue útil y necesario para gritar. Un pequeño pogo en el microcentro, uno de los pequeños pogos feministas que se esparcieron a esa hora por toda la ciudad, por todo el país, por todo el mundo. Gritazos, ruidazos, asambleas, reuniones en los lugares de trabajo, clases públicas en una única constelación. Después de hacer crujir la calle y sacudirnos por un rato, nos dirigimos hacia el medio de la peatonal para formar una ronda. Una asamblea tendría lugar entre nosotrxs. Estaban presentes compañerxs de Brasil, México, Perú, Bolivia y Argentina. La palabra circuló y llegó el momento de contar por qué paramos. Las españolas se pararon todas juntas y comenzaron a hablar. Se dirigieron hacia el centro de la ronda para estar más cerca del micrófono y la cámara que documentaba ese pedacito de historia ocurriendo en plena Florida. Luego, las compañeras de Brasil, después las de Argentina y por último las de México. Sororidad, muertas por violencia machista, derechos sexuales y reproductivos, autonomía, las mujeres grandes también somos feministas, por las negras, las étnicas y las muertas que hoy no están acá con nosotras: las palabras y las consignas se sucedían con una continuidad que despertaba y alborotaba hasta lxs más tranquilxs. “No estamos todas, faltan las muertas” fue uno de los cantos que se repitió como un mantra entre discurso y discurso. “No son muertes aisladas, se llama patriarcado” fue otro. Dijeron también que estamos en Argentina por los femicidios que se suceden cada 18 horas; pero que también estamos en Polonia con quienes pararon y se movilizaron por una ley que pretendió prohibir y penar cualquier posibilidad de aborto; estamos en Estados Unidos resistiendo junto a las mujeres al misógino de Trump; y que estamos en Honduras por la persecución política y por el asesinato de la dirigente ambientalista y feminista Berta Cáceres. “Estábamos muy emocionadas y nos ardía el cuerpo de pensar que íbamos a estar en Argentina para el Paro Internacional de Mujeres porque fue desde aquí que comenzó a esparcirse”, me comentó una compañera española que no lograba posar los ojos ni un sólo momento mientras hablaba, dejándose llevar y contagiándome, en el mismo impulso, la excitación del momento. Estamos en todas partes.
Caminar la ciudad en un día como ese fue particularmente intenso. La marcha, pensada para concentrarse a las cinco de la tarde, se respiró desde temprano. Se podía inhalar el aire respirado por otra en algún lado de la urbe. Muchas imágenes del día anterior se repetían casi exactamente iguales. Frente a los locales de los gremios, cuerpos preparándose, reuniéndose. La diferencia: el miércoles fueron las mujeres las protagonistas. Banderas, pecheras, mensajes de voz que reducían las baterías de los celulares hasta el punto crítico. La trama no dejó de tejerse un segundo y las solidaridades a forjar hilvanaron los cuerpos ya a principios de la tarde, remolcándolos de a montones hasta la zona del Congreso. Estamos listas, estamos juntas.
En Congreso, para las cinco y media de la tarde, ya no se podía respirar. Casi no sobraba espacio y en donde había alguno, era estratégicamente utilizado por quienes entienden a las marchas y movilizaciones también como forma de compartir sus producciones artesanales. Se vendía desde parches, serigrafía en el acto, pasando por libros y fanzines, hasta las femibirras. Las columnas marchaban por Avenida de Mayo y calles paralelas. Cuando algunas ya estaban alcanzando Plaza de Mayo, otras recién llegaban al Congreso. El desborde fue inconmensurable, la Ciudad se dejó inundar por una marea feminista que no pretendió encontrar límites. Hasta la línea donde los ojos ya no veían, había feminismo y casi como una metáfora de época, después del horizonte lo que restaba, era más feminismo. La Plaza de Mayo desapareció debajo del cuerpo sólido que conformaron mujeres, lesbianas y bisexuales, cis, trans y travas que se aparecieron en un único puño elevado hacia arriba. Estamos juntas, ahora nos ven.
Si la transformación de las relaciones sociales de producción marca la necesidad de repensar constantemente al sujeto político de lxs trabajadorxs, de repreguntarse por cuáles son las tareas que crean valor; y si las lógicas organizacionales tradicionales de los sindicatos ya no permiten contener toda esa heterogeneidad, el Paro Internacional de Mujeres viene a correr un poco más la línea de la discusión porque instala la pregunta de qué pasa con todo ese trabajo que tampoco entra en el mapa de la precarización porque ni siquiera es reconocido como creador de valor.
Las estrategias para participar del paro fueron disímiles desde cada grupo de mujeres o desde cada mujer en función de sus propias posibilidades, incluso desde los sindicatos que acompañaron. La dificultad de muchas de nosotras para formar parte del cese de actividades, es decir, la discusión por las posibilidades de concreción práctica del paro, ponen en la mesa las realidades diferentes con respecto a las relaciones laborales, gremiales, a las situaciones económicas y de autonomía. Preguntarse por esas dificultades implica poner el ojo en cómo se atan en la violencia patriarcal la violencia doméstica, laboral, institucional y reproductiva.
Con la consigna “si nuestros cuerpos no valen, produzcan sin nosotras” se coloca a la densidad material del cuerpo en el medio de la escena. El cuerpo es denso porque carga con el registro y las marcas que sobre él se imprimieron. Se constituye como una experiencia material e histórica sobre la cual leer las claves de la violencia patriarcal. El feminismo -o los feminismos, idea que viene a dar cuenta de la heterogeneidad y, a la vez, de la confluencia del movimiento- no sólo visibiliza el entramado machista, económico, político de la violencia hacia la mujer y las disidencias sexuales y de género sino que pone en cuestión la subjetivación neoliberal de los cuerpos, operada micropolíticamente a través de técnicas de control que se apoyan en una determinada organización de los cuerpos, la información, los espacios de la ciudad y el deseo como ejercicio de poder. Esos intentos de subjetivación, en donde el disciplinamiento de los cuerpos aparece como antesala para su destrucción, buscan ser reconfigurados asumiendo otras formas de estar en el mundo que vayan trastocando estructuras antiquísimas de producción y reproducción del tejido social. El paro y el encuentro colisiona particulas, generando placer y energía. Una intensidad que sana a la vez que moviliza. El movimiento aparece como piedra angular para la desobediencia y el desacato a todo lo que quiere permanecer inmóvil, anquilosado.
Si el momento actual del feminismo se propone atar la lucha contra la violencia machista a las luchas antirracistas, antineoliberales, anticlericales, decoloniales, no es por un intento de evitar la fragmentación de las resistencias sino porque de otra forma es imposible comprender cómo opera el sistema de opresiones que va encastrando y ajustando violencias, nutriéndose de elementos heteronormativos, xenófobos, racistas, neoliberales, coloniales y clericales. El movimiento feminista se vuelve interseccional porque el entramado de dominaciones, como sistema, también lo es. Por eso mismo, es necesario comprender la especificidad de cada lucha pero también y de manera imprescindible y hasta urgente, lograr conectar la internacionalización del feminismo con la memoria histórica de cada pueblo, de cada región. Si los cuerpos se instituyen como principio de materialidad histórica, es en ellos en donde debemos buscar las claves de la genealogía de luchas en cada territorio. Desde los feminismos latinoamericanos, creo entender, nos debemos a la tarea de un feminismo decolonial. El colonialismo que socavó nuestra soberanía no sólo lo hizo sobre nuestras tierras sino también sobre -y fundamentalmente desde- nuestros cuerpos.
A contrapelo de las lógicas políticas tradicionales, el movimiento feminista logra proponer otra forma de operar: la horizontalidad como ensayo para la producción política. Tanto el Paro Internacional de Mujeres como todas las otras estrategias que se desarrollaron, se gestaron y desplegaron desde una trama asamblearia tejida popularmente. Hilos que se entrelazan rizomáticamente entre movimientos sociales, oficinas, sindicatos, comisiones, barrios. En suma, hilos que se conectan mundialmente. El planisferio entero tiñéndose de violeta.
De alguna manera, como expresa Raquel Gutiérrez Aguilar, se trata de la activación de «la dimensión sensible de lo político». Los procesos materiales y emocionales confluyen en una vocación por inventar otras maneras de afectarnos. Se reconfigura la política, subvirtiendo sus prácticas; y la propuesta no es transformar algo sino reinventarlo todo. Por eso  se nos aparece el feminismo como un movimiento de negación – “no nos callamos más”, “ni una muerta más por violencia machista” – pero también de afirmación – “vivas nos queremos”. Una afirmación que pretende sacar a las mujeres del lugar de la víctima -sin desconocer las violencias que recaen sobre su cuerpo-, que no busca la conmoción lastimosa que nos revictimiza espiraladamente; sino que se propone convertirnos en sujetos políticos. El Paro Internacional de Mujeres fue una llamada decisiva en ese sentido. Paramos y nos juntamos. Desde acá, reunidas, lo gritamos: estamos para nosotras.
La necesidad de estos apuntes, que probablemente no aporten demasiado a lo que ya se dijo y a lo que se viene urdiendo, reside es una búsqueda por desestructurar el espacio de sentidos que nos proponen desde afuera. La mirada punitivista y criminalizadora con la que se abordó desde muchos lugares lo sucedido hacia la noche del miércoles, nos da un indicio más de la matriz machista a partir de la cual se concibió el Estado. Matriz a través de la cual sigue operando. La modificación de estructuras necesariamente genera temblores. Las pretensiones de diálogo, decencia, formas amables y consenso son, en realidad, una búsqueda por inmovilizar, invisibilizando las formas en que se canaliza la violencia -machismo, ajuste, precarización, abandono-. La criminalización de la mujer insumisa, que busca enunciarse por fuera de las significaciones establecidas, es una forma acabada que ha encontrado el patriarcado para seguir reproduciéndose. Todo lo que sucedió el ocho de marzo es una hermosa muestra de qué es lo que pasa cuando la correlación de fuerzas existentes comienza a resquebrajarse.

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