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Ante “La curva de Ebbinghaus”, el libro de Carolina Musa
editado en 2016 por Baltasara Editora, me pregunté: ¿Quién fue
Ebbinghaus? Busqué en el mar de datos que es la red, me
quedé con esta parte de su entrada enciclopédica: “Empleó la
repetición como medida para la memoria y, usándose a sí mismo como
sujeto experimental y poesías y series de sílabas sin sentido consonantevocal-consonante
como instrumento, se dedicó a su estudio”. Un
científico detrás de un mecanismo humano como la memoria;
un científico que usa la poesía para medir la memoria y afirma:
la memoria se pierde, cada vez puedo recordar menos.
Abrí el libro y encontré en el prólogo de Osvaldo Aguirre
algo más: la memoria como efecto del olvido. Estamos
constantemente olvidando. Cuánto más queremos recordar,
menos podemos: algo se pierde, algo se disfraza, cambia su
forma. En esa falta, en esa pérdida constante aparece la poesía,
pero de manera inversa que en la fórmula de Ebbinghaus. La
poesía se nutre del olvido, de la falacia, es en sí misma un
artificio. Es lo que Carolina Musa reconoce en el último texto
del libro: “Qué falacia las palabras. El pasado: falacia. La ficción de
uno mismo en el relato más inverosímil. No sé porqué pierdo tiempo en
estas cosas. La poesía es la única forma de narrarse. A vuelapluma,
mintiéndose”